miércoles, 17 de febrero de 2016

¿Gastronomía o experiencia gastronómica? La revolución del plato.

 Antes todo era más simple. La comida era buena comida o mala comida. Buen producto o mal producto. Y cuando el producto era bueno y la comida era buena, en el sentido de sabrosa y bien presentada, es que íbamos a comer bien.

Sin embargo, y de unos años para acá, otra serie de acontecimientos y de formas de cocinar han tomado presencia en el mundo gastronómico desestabilizando la antigua ley del buen comer y dejando a los comensales un tanto perdidos. Han proliferado en todos los rincones del mundo restaurantes en los que saciar el estómago y el paladar ya no es el objetivo primordial. Donde se busca ofrecer una experiencia más allá del buen comer acudiendo a la novedad, la experimentación, la sorpresa, la emoción y la reflexión, conceptos mucho más cercanos al mundo del arte contemporáneo que al de la gastronomía tradicional.
Para entender este profundo cambio en la forma de entender la gastronomía, despojándola de su función nutricional hasta ahora protagonista, debemos entender ciertos conceptos.

¿Quién decide que una obra de arte lo es en realidad? ¿Existen unos requisitos, unas normas exactas, que decidan cual lo es y cual no? . La respuesta es sencilla. No. Para que una obra de arte sea entendida como tal es necesaria la perspectiva histórica. Esto quiere decir que una obra de arte lo es efectivamente cuando ha demostrado ser representativa y representante de una faceta del ser humano en un momento determinado. Así se explica que grandes maestros de la pintura y el arte en general como Van Gohg o Basquiat no fueran considerados como tales durante su vida, pero sí con el paso de los años. Es por esta necesaria perspectiva, y también por la abrumante cantidad artistas y de producto artístico que existe en el mundo contemporáneo,  que a las obras de arte nacidas en la actualidad se las denomina “propuesta” o “experiencia artística” a la espera de que el paso del tiempo decida si eran o no verdaderamente representativas de nuestra sociedad y de nuestro momento.

Por otro lado, el mundo en el que vivimos hoy en día se ha vuelto muy interdisciplinario. La sabiduría que antes se encontraba dividida en campos mucho más estancos ha abierto sus puertas dando pie a muchos espacios intermedios. El crecimiento de lo interdisplinario, unido a la obsesión actual por la novedad (que no necesariamente innovación), y la cada vez mayor formación y estimación de nuestro cocineros han creado un caldo de cultivo para el surgimiento de un nuevo tipo de gastronomía que difícilmente puede llevar el nombre de la anterior.
¿Cómo podemos llamar restaurante a un sitio donde uno no va a comer, sino a probar y degustar? ¿Dónde uno no va a celebrar un acontecimiento, sino que el acontecimiento es precisamente comer allí? . Nos encontramos ante un nuevo tipo de negocio que poco tiene que ver con el restaurante tradicional. Tan poco, que en cualquier momento dejaremos de llamarlos como tal.

Si trasladamos toda esta verborrea artística al mundo de la gastronomía veremos que ya está aquí. Ya ha llegado el nuevo mundo a la mesa. No podemos hablar de “ir a comer” cuando vamos al restaurante DiverXO o al Can Roca, porque simplemente no vamos allí “a comer”. Tampoco podemos decir que este plato o aquel sean una obra de arte gastronómica porque no disponemos de la distancia histórica necesaria que nos confirme su relevancia. Vamos a disfrutar de una propuesta artística, a vivir una experiencia vital por medio de la gastronomía. La gastronomía como instrumento y vehículo de la experiencia y del arte efímero. Vamos a dejarnos sorprender con la vista, con el olfato, con el tacto y con el gusto porque la cocina es una arte que abarca todos nuestros sentidos. A ponernos en manos de la reflexión, la experiencia y el trabajo de otro y a dejarnos conducir por un camino que no hemos transitado antes. Como quien lee un libro. Como quien va a una exposición sobre Picasso. Como quien asiste a una representación de teatro o a la ópera.

Y poco tiene que ver todo esto con lo que pretendía hacer el bueno de Carême e incluso el bueno de Bocuse, y lo que aún muchos buenos cocineros quieren hacer en sus fogones. Porque la existencia de la cocina en el sentido tradicional es tan válida y tan necesaria como este nuevo hijo que le ha salido. Pero, desde luego, no son la misma cosa. Y, al menos yo, pienso seguir disfrutando las dos.

Bon appètit!



miércoles, 15 de mayo de 2013

Fajitas de pollo con ensalada de aguacate.


Hoy me tocaba hacer la comida en casa y me he animado con estas fajitas para salir un poco de la rutina de las lentejas (sin desprestigiar eh? Que yo soy muy fan de las lentejas y de todo el cuchareo que me pongan por delante). La receta vino de aquí y de allá, mezclando varias versiones que encontré en mis blogs favoritos y añadiéndole después una deliciosa ensalada de aguacate que descubrí en un programa televisivo. La combinación es riquísima y muy refrescante ahora que estamos en primavera, la elaboración muy sencilla y si sois un poco rápidos no os llevará más de media hora. Palabra.
Tendríais que haber visto a mi abuela de 86 años puesta de salsa de fajita hasta la barbilla. Eso sí que es señal de éxito sí señor.



Ingredientes para 3 personas:

A) para el relleno:
1 pimiento verde (o 1 y ½ de los italianos)
1 pimiento rojo
1 cebolla mediana
Albahaca fresca
400gr pechuga de pollo (2 o 3 según el tamaño)
1 bolsa de fajitas (yo usé las del hacendado y estaban bastante buenas)

 B) para la ensalada:
1 aguacate
2 tomates medianos
1 cebolleta
cilantro fresco



Lo primero al entrar en la cocina es poner una sartén grandecita a calentar con un chorro generoso de aceite y ponernos con la verdura. Cortamos en juliana la cebolla, la echamos a la sartén y la salteamos a fuego medio. Cortamos igualmente los pimientos en juliana y los añadimos a la sartén. Salpimentamos. Debemos retirar la sartén del fuego cuando las verduras estén cocinadas pero no demasiado blandas. Para mí lo bonito y lo sabroso es que sigan manteniendo una cierta textura.

Ahora que tenemos las verduras en marcha nos ponemos con el pollo. La operación es la misma. Corta el pollo en tiras estrechas como de 1 cm o centímetro y medio. Salpimentamos y freímos en una sartén a parte. Yo prefiero hacerlo así porque si lo añadimos directamente a las verduras lo más seguro es que la carne se nos acabe pasando y que quede más seca que la mojama. En una sartén independiente podemos freírlas a fuego fuerte y controlar la cocción para que la carne se selle y no se cueza. El resultado es basrante más jugoso. Las incorporamos en el último momento a la primera sartén y les damos unas vueltas para que cojan los jugos de las verduritas rehogadas.
Lo último que añadimos a la mezcla son unas hojas de albahaca picadas. Yo lo hago al final para que no pierdan su precioso color verde.



La otra parte de la receta es la ensalada. Picamos los tomates, el aguacate y la cebolleta en tacos pequeños (tened en cuenta que irá dentro de la fajita). Aliñamos con un buen aceite de oliva, vinagre de jerez y sal. Os recomiendo que probeis la ensalada antes de servirla porque el aguacate aunque delicioso es bastante soso y necesita más sal que otros ingredientes. Picamos un puñadito de cilantro fresco, lo añadimos y revolvemos la mezcla para que todos los sabores liguen. 




Y básicamente ya lo tenemos hecho. Calentamos las fajitas en el horno (o microondas ;) ) y las montamos en el plato un par de cucharadas del relleno caliente y otro par de la ensalada. Y listo, a disfrutar como locos.
Bon appétit !

miércoles, 17 de abril de 2013

Las mejores magdalenas del mundo (también llamadas magdalenas de nata)


El otro domingo mis chicas vinieron a casa a pasar la tarde. En León suele hacer bastante frío y no es muy agradable estar por la calle, así que solemos aprovechar cuando la casa se queda vacía y me convierto en la reina del mambo para reunirnos y tomar algo calentito. Como la quedada fue cosa de último momento pensé preparar algo que no llevara mucho tiempo de elaboración y las magdalenas de nata eran el plan perfecto. Es una receta que me encanta porque es muy sencilla, fácil de hacer y deliciosa.
La receta original es de Marialunarillos que hace unos postres preciosos en su blog, aunque yo le hice algunas modificaciones usando lo que tenía por casa.

Ingredientes:




150 gr de harina
125 gr de azúcar
100 ml de aceite de oliva suave 0.4º (ella usa 125 de aceite de girasol pero es que en mi casa de eso no se usa. Podeis usar también mantequilla)
50 gr de nata líquida
½ sobre de levadura Royal
125 gramos de huevos (yo usé 2 de tamaño medio)
Ralladura de naranja.

Aunque en la foto aparece un limón siguiendo la receta original decidí cambiarlo posteriormente por peladura de naranja aprovechando que tenía unas riquísimas en casa. Creo que el cambio fue beneficioso.

En primer lugar batimos a velocidad máxima con las varillas eléctricas los huevos y el azúcar unos 5 o 7 minutos hasta que blanqueen. Esto quiere decir que cogen un aspecto más similar a la mousse pero que no llega a la textura de las claras a punto de nieve. Esto hace que las magdalenas queden mucho más esponjosas y ricas. Puede hacerse también en la Thermomix si tienes una de las nuevas con mariposa (7 min, 37º, velocidad 3). Para los pobres que no disponemos de estos avances, tendrán que valernos las varillas de la batidora. 


Añadimos ahora la ralladura de naranja y seguimos batiendo otros 5 o 6 minutos para que emulsione y suelte los jugos. Ya veréis como os sube el olorcillo a la nariz. Incorporamos la nata y el aceite de oliva y batimos a una velocidad más moderada otros 3 minutos.
Esta es la parte más pesada de la receta sobretodo para los que como yo no tienen no tienen una Thermomix o una mezcladora profesional, pero aún así sumando todos los tiempos está por el cuarto de hora y el resultado merece totalmente la pena. 

Sólo nos queda por añadir la harina y la levadura mezcladas y tamizadas (pasadas por un colador para eliminar la impurezas o grumos que pudiera tener). Batimos hasta que todos los ingredientes queden bien integrados. 



Mientras dejamos la masa reposando unos 10 minutos ponemos a calentar el horno a 230ºC. Cuando la masa ha reposado rellenamos 2/3 de los moldes de magdalenas y los colocamos sobre una bandeja de horno. Puedes usar moldes de papel dentro de los otros y así ni se abrirán demasiado ni las romperas al desmoldarlas, pero también puedes hacerlas sin. 


Antes de meterlas al horno espolvorea azúcar sobre las magdalenas y ya está. Bajamos la temperatura del horno a 210º y la dejamos ahí unos 18 minutos. Puede ser algo menos pero eso depende de tu horno, así que los últimos minutos préstale un poco de atención.



¡Y ya está! Unas magdalenas de infarto, de esas por las que se pelea la gente, hechas en media hora.

Que lo disfrutéis, Bon appétit !

lunes, 5 de noviembre de 2012

Sandwiches de "milcosas" y atún

Hola bloggeros,

Ayer hice unos sandwiches para llevar a una reunión con unas amigas y quedaron tan buenos que he creído que merecía la pena dejar por escrito la receta.
El relleno puede utilizarse para empanadillas, asique es bastante versátil. En realidad esta receta trata de aprovechar las verduras que están comenzando a estropearse, así que no os preocupeis por hacer otras combinaciones. Seguro que quedará igual de bueno. También podeis sustituir el bonito por otros pescados en conservados.



Ingredientes:

Media cebolla
Medio calabacín
Medio puerro
1 ajo
2 pepinillos agridulces
1 huevo
2 latas de bonito en aceite de oliva
Salsa de tomate casera

Sal
Pimienta negra
Perejil fresco


Lo primero que haremos será lavar la cebolla, el puerro y el calabacín y cortarlos en trozos pequeños. Ponemos una sartén con un poco de aceite de oliva virgen y sofreimos un ajo, cortado pequeño previamente.
Una vez el ajo esté dorado (tened cuidado de que no llegue a quemarse porque entonces toda la mezcla cogerá un sabor amargo) agregamos la verdura ya picada y reogamos. No es necesario que queden totalmente pochadas. A mí personalmente no me agradan las verduras demasiado cocidas, pero aquí cada uno lo hace a su manera.
Puedes poner mientras tanto a cocer el huevo. Con 10 minutos de cocción será suficiente.



Añadimos a la mezcla algo de pimienta negra, sal y perejil fresco (nada que ver con el de bote) y después de darle unas vueltas apartamos del fuego y reservamos hasta que tome temperatura ambiente.

 

Una vez nuestras verduras se han enfriado las volcamos en un bol y le añadimos el huevo ya cocido y picado. Deshacemos el bonito con un tenedor dentro de la lata. Os recomiendo que previamente desecheis el aceite en el que viene conservado, porque sino la mezcla será demasiado grasa y se os esparcirá fuera de los sandwiches. Por otro lado, cuanto mejor sea el bonito mejor será el resultado asique no escatiméis mucho en esta parte. Incorporamos las migas de bonito a la mezcla.

Por último incorporamos unas 4 cucharas soperas de salsa de tomate casera. En mi casa se hace y embota una vez al año. Así siempre lo tenemos disponible y creedme, la diferencia con el de compra no podría ser mayor. Si no teneis salsa casera sólo teneis que incorporar a la verdura que hemos hecho antes tomate fresco sin la piel ni pepitas, o algo de tomate natural embasado y en trozos que también da muy buen resultado. El truco es conseguir un equilibrio entre todos los ingredientes. Mezcla bien hasta conseguir una masa uniforme.



Yo he añadido en último lugar un par de pepinillos en salsa agridulce (los podeis encontrar en el Mercadona, y seguro que también en otras grandes superficies) picados en pequeños trozos. Creo que le dan un toque de acidez y frescor que es lo que de verdad le da gracia a la masa.

Ya sólo queda rellenar el pan de molde sin corteza con la masa y cortar en triángulos. Puede parecer una tontería pero a mí de esta manera me parecen mucho más apetecibles.



Y ya está. Ahora a disfrutar. Bon appétit !

P.D.: Gracias David por los cuchillos. ¡Ahora cocinar es aún más divertido!

lunes, 22 de octubre de 2012

Quiche de Jamón, Puerros y Cebolla.

Hola bloggeros.

Hoy os presento una receta muy interesante y sencilla tanto para comer en casa como para llevaros de excursión o a la típica "cena erasmus" donde cada uno lleva su especialidad. La elaboración es muy fácil y el resultado es excelente y fácil de transportar. Yo he hecho esta versión en particular, pero una de sus ventajas es que siguiendo los pasos de la receta base luego podeis hacerlo de cualquier cosa que os apetezca. De espinacas con jamón serrano y queso, de varios quesos (intentad usar dos suaves y uno de sabor más fuerte para que predomine un sabor), de salmón, de verduras... Sólo hay que poner a funcionar la imaginación.

Ingredientes:

1 masa de pasta quebrada o pasta brisa
1 cebolla mediana
2 puerros medianos
7 lochas de jamón serrano
3 huevos frescos
400 ml de nata para cocinar
Sal, pimienta y nuez moscada.



Todos ellos los encontraréis con mucha facilidad en supermercados o grandes superficies. La masa quebrada se compra refrigerada o congelada. Yo creo que no merece la pena hacer en casa este tipo de masas, porque son bastante complicadas y las que se venden suelen ser de buena calidad. Asi que si no eres muy cocinitas méjor ahórrate este trabajo innecesario. Por otro lado yo en mi receta he usado nata para cocinar, pero también podéis hacerlo con leche deshidratada que da un buen resultado.

Lo primero es poner a punto es la masa. Si la hemos comprado congelada es necesario sacarla a un lugar plano y a temperatura ambiente hasta que se descongele y sea maleable para que podamos trabajar bien con ella. Nunca más de 30 minutos porque estaría demasiado blanda.




 Colocamos la pasta en una fuente y la adaptamos a sus formas. Si no os encaja bien podeis cortar de un sitio y añadir en otro hasta que lo haga. Luego pinchamos con un tenedor la superficie para evitar que se hinche al cocinarlo, colocamos un papel albal o papel de cocinar (lo que tengais por casa) sobre la masa y cubrimos con garbanzos. Esto se hace para que al cocinarse con el calor del horno la pasta no suba y quede plana. Horneamos en el horno precalentado a 180º durante unos 15 minutos.



Mientras la pasta se hornea, podemos dedicarnos al contenido. Cortamos la cebolla y los puerros en cachos relativamente pequeños (en juliana tambien funciona muy bien), ponemos una sartén con un poco de aceite al fuego y reogamos hasta que la verdura esté blanda y bien pochada. Cortamos el jamón en cachos de un tamaño similar a la verdura y lo salteamos en otra sartén a fuego fuerte. Una vez que todo esté listo lo mezclamos en una misma sartén y añadimos algo de pimienta negra.

En un bol ponemos los tres huevos y batimos. Luego añadimos la nata y mezclamos con movimientos suaves. Es importante no añadir la nata antes de batir los huevos porque podría entrar aire en la mezcla y crecer demasiado dentro del horno. Yo suelo echarle nuez moscada porque le da un toque muy especial, pero vosotros podeis experimentar con las especias que mejor os parezcan. Cuando esté uniforme añadimos las verduras y el jamón y rectificamos la sal.

A estas alturas ya habremos sacado nuestra masa quebrada del horno. Retiramos los garbanzos (pueden utilizarse para futuras ocasiones) y el papel de cocina o albal y añadimos nuestra mezcla. Procura que no rebose demasiado porque luego será más difícil desmoldar el quiche.



Sólo nos queda devolver el pastel al horno que ya teníamos a 180º y dejarlo ahí unos 25 o 30 minutos. Esto del tiempo no es una ciencia exacta porque depende del grosor del quiche. La mejor manera de hacerlo bien es esperar a que toda la superficie del pastel tenga un color dorado y uniforme. Es importante que la masa quede bien cocida.



Y ya está todo listo. ¡Ahora a disfrutar!

Bon appétit !

jueves, 23 de febrero de 2012

13 vs. Dunstan

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Parece que últimamente no os dedico demasiado tiempo, ¿no es cierto bloggeros?. Pongámonos entonces un poco al día.

Hace tan sólo unas horas daba la vuelta a la última página escrita de El quinto en discordia, de Robertson Davies. No intentaré contaros maravillas, tampoco es para un Nobel, pero sí destacaré algunos aspectos interesantes.

Personalmente ya el título me sedujo. El quinto en discordia. No sé si sabéis algo de música clásica, pero este personaje es una figura fundamental en toda ópera que se precie. Al héroe y a la heroína, junto a sus respectivos lacayos, debe unirse unirse siempre un quinto personaje que pasa a todos inadvertido pero sin el cual la historia no sería posible.

Davies es sin duda un aprovechado. Se aprovecha de que todo ser humano se ve a sí mismo como este engendro, que como el Cesare de Caliggari existe pero no se sabe por qué. Son pocos los que ven en sí el papel protagonista. Algún caso se me viene a la cabeza pero casi todos, literarios o no, terminan en desastre. La mayoría de nosotros tenemos la idea de que pasamos desapercibidos a nuestros semejantes, de tal manera que resulta fácil que todos veamos en nosotros mismos al querido Dunstan.

Un personaje anónimo y en cierto modo anodino que sin embargo se convierte en la figura clave, en el gran protagonista sin el cual la historia simplemente no funciona, no puede existir. Eso sacia en cierta forma nuestro frustrado afán de ser el centro del mundo.

Y aún así juega con el pobre Dunstan y con nosotros colocando a su vera arquetipos de perfección. Criaturas hermosas y encandiladoras que por comparación le otorgan un cierto aspecto grotesco, cuya perfección y encandilamiento se termina tornando contra ellos mismos, concentrados como están en ejercer el papel que se les ha otorgado, sin darse cuenta de que los hilos se manejan desde otro lado.

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¡Y qué dulce es el mecer de las páginas!. Al fin y al cabo ser aprovechado es una gran cualidad para un escritor. El mundo literario es muy duro como para no explotar cada recurso posible. Lo importante es el resultado conseguido. Ser dinámico, hacer parecer fácil lo difícil. Ahí está el secreto de su talento.

Si tuviera que hacer algo de crítica, diría que de lo único que carece es de aquello que poseen las grandes obras, que no puede imitarse ni aprenderse. La marca imborrable que pervive de forma invisible en nosotros como la de quien vive algo en carne propia. La pervivencia de la historia diez minutos después de que hayas dado la vuelta a la última página escrita.

martes, 7 de febrero de 2012

De cómo un helado se convierte en poesía.


Hola bloggeros:

Hoy cambio un poco de tercio y me paso al mundo del cine. Y si voy a comenzar nuevo apartado debo de hacerlo como deben de empezarse todas las cosas. A lo grande.
Os presento pues el film Fresa y chocolate. Una participación cubano-española, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, de la que puedo decir sin duda que es mi película preferida.
Hace ya muchos años (y no soy tan mayor) que la ví por primera vez por recomendación de mi gurú particular y aún hoy, tras haberla visionado más de 100 veces, sigo diciendo lo mismo. Que hay muchas formas de poesía, y que ésta (junto con Lorca) está entre mis favoritas.
Podría hablaros de su fotografía, de la genialidad de las tomas de la antigua Habana que parece disiparse ante nuestros ojos devorada por la pobreza y la ruina. Hay ocasiones en las que durante la hora y media larga de película me parece estar allí mismo, al otro lado del charco, iluminada por ese sol intenso y cálido y rodeada por olores en los que se mezclan la frescura de la mañana y el tabaco.
Pero voy a ir un poco más allá La riqueza de esta película radica, bajo mi visión personal, en lo mágico de cómo la historia es contada. De cómo los personajes adquieren un realismo que te parece inusitado. No se trata del típico drama social “a la española”, si bien guardo a este género un profundo respeto. Aquí el drama no es drama, porque es vida. Y como en la vida, no podemos ser felices siempre. La felicidad es una emoción demasiado intensa para que perdure. Sólo puede existir como en un fogonazo, que después de un gran destello se apaga y nos deja de nuevo como estábamos, aunque sepamos que existía hace sólo un momento. ¿Nunca has mirado fijamente a una luz y al cerrar los ojos seguías viendo un gran punto blanco?. 



Asique en realidad nuestros días pasan entre un conjunto de sentimientos y emociones que van mucho más allá. La mayoría del tiempo no estamos felices ni desolados. Quizás sí desorientados, pero ese es otro tema.
La vida posee cosas de la comedia y el drama, pero sobretodo es inesperada. Inesperada en las personas que nos atraen, en nuestras familias, en nuestro trabajo y en nosotros mismos. Asique aquí el final feliz en realidad no importa. La gran diferencia entre el cine y la vida es que por mucho que lo desees, la realidad no te permite jugar con el tiempo. Un fin nunca es un fin (salvo la muerte), porque lo quieras o no el día de mañana llegará igualmente. Y quizás sea eso lo que me conquista. Que en realidad sabes que su vida continua, e intuyes en qué modo lo hace, aunque tanto ellos como tú prefirais ignorarlo.
Pero si algo se vuelve verdaderamente poesía en esa hora y media es el propio Diego. Diego que es mágico todo él. Y no lo puedes evitar, te enamoras. De la forma genial de reírse de sí mismo, de su curiosidad por el mundo, de su amor generoso, de su valentía... pero también de su humanidad, de su miedo a sus defectos. Él es todo aquello que los demás quisiéramos ser y nunca seremos. O por lo menos él es todo aquello que yo quisiera ser y nunca seré. 


Desde luego la actuación de Jorge Perugorría no hace más que darle brillo al personaje. Sinceramente no sé a qué se dedicó después de esta película, aunque aquí con vosotros me comprometo a hacer algunas pesquisas, pero su actuación no puede calificarse de menos que de genial.
Lo que daría yo por fumarme un habano en la silla “especial” y compartir con él la bebida del enemigo. ¡Qué de conversaciones imaginadas con Rocco ronroneando a mis espaldas!.

Ahora ya lo sabeis asique... Bon appétit !